Ni Barbarroja ni Drake: el ‘Rey del Caribe’ fue Miguel Enríquez, el corsario español que causó terror entre los ingleses
Durante más de 30 años, en la edad de oro de la piratería, el auténtico dueño del Caribe no fue ningún pirata inglés, sino un mulato de Puerto Rico que hizo temblar al Imperio Británico.


Cuando hablamos de piratas, corsarios, bucaneros o filibusteros siempre aparecen los mismos nombres de personajes británicos: Henry Morgan, Barbanegra, Calicó Jack...; tipos crueles y sin escrúpulos, que asolaron el mar del Caribe a sangre y fuego, se hicieron con inconmensurables tesoros, reales o imaginarios, y se convirtieron en mitos de la cultura popular.
Sin embargo, durante la edad de oro de la piratería, entre 1700 y 1730, solo hay un corsario que fue bautizado como ‘Rey del Caribe’, que provocó el terror en los barcos ingleses, franceses y holandeses, que fue considerado “El Gran Archivillano” por el Parlamento inglés, y llegó a ser un héroe del Imperio español. Se trata de Miguel Enríquez, probablemente el mayor corsario de la historia, y el que acumuló una mayor riqueza y poder. Además, fue el auténtico capitán de La Perla, que así se llamaba uno de sus buques insignia.
Un mulato rechazado por la nobleza
Nació en San Juan de Puerto Rico en 1674. Su madre era hija de un padre blanco y una esclava guineana o angoleña. Su padre, un aristócrata o un miembro del clero que nunca fue identificado, probablemente para evitar un escándalo. Esos orígenes siempre le persiguieron. Los nobles españoles de la época no aceptaban codearse con un mulato, que además era inmensamente más rico y poderoso que ellos. Por eso, durante toda su vida intentaron perseguirle, acabar con su poder, y quedarse con sus riquezas.
Desde muy niño empezó a trabajar como aprendiz de zapatero, pero también demostró una inteligencia superior. Aprendió a leer y escribir, algo inusual para la gente de su estrato social. También tenía aptitudes para los números y hasta llegó a ser maestro zapatero, zurrador y calderero. Su versatilidad era inusual: “No era común ser maestro de tantos oficios”, señala el historiador López Cantos.

El mejor cazador de la Corona española
Hizo el servicio militar, coqueteó con el contrabando, y en 1701, a los 27 años, fue contratado por el gobernador Gabriel Gutiérrez de la Riva como mercader a su servicio, tras el comienzo de la Guerra de Sucesión Española. Dos años después, pasó a ser “guardacostas”, el término usado por España para referirse a sus corsarios. En pocos meses se convirtió en el mejor cazador de la Corona y los británicos empezaron a preocuparse: “es una amenaza constante para el comercio inglés en el Caribe”, decían documentos británicos de la época.
En un principio apostó por usar solo un par de barcos pequeños y muy rápidos con unas pocas decenas de hombres, pero a medida que apresaba barcos, los iba incorporando a su flota, que llegó a ser de más de 30 embarcaciones y 1.500 marineros. Se calcula que a lo largo de su vida llegó a tener más de 300 naves y hasta construyó sus propios astilleros. No paraba de reponer los barcos y las tripulaciones que perdía en combate. Los ingleses eran incapaces de seguirle el ritmo mientras él apresaba sus barcos mercantes y hundía a sus corsarios. “Este Enríquez se comporta como si fuera virrey de estas islas. Tiene más barcos que la Armada, y más oro que el tesoro del rey”, escribió en 1725 un funcionario español.
El corsario más exitoso del mundo
En 1707 fue nombrado Capitán de Mar y Guerra y felicitado por escrito por el rey Felipe V. En 1712 fue nombrado caballero español, algo inusitado para un mulato. Su red de espías era inmensa, nada sucedía en el Caribe sin que él lo supiera. Su flota llegó a ser incluso más poderosa en esos mares que la Armada de la Corona. Pero sus andanzas no se limitaron al Caribe. Perseguía a los ingleses hasta el Atlántico y llegó a apresar barcos en Nueva Inglaterra. Para el historiador Salvador Brau, fue “el corsario más exitoso del mundo hispánico”.
Pero como suele ser costumbre en España, su éxito le granjeó envidias, conspiraciones y una larga lista de enemigos. Le acusaban una y otra vez de contrabando, abuso de poder y corrupción. Como en 1713, cuando el nuevo gobernador de Puerto Rico, Juan de Ribera, intentó crear una red corsaria paralela con la que enriquecerse, confiscando los bienes de Enríquez. Eso provocó que parte de su flota dejara de obedecerle, se entregara a la piratería y sembrara el caos en la zona. Dos años después, Ribera perdió el cargo, fue encarcelado, y Enríquez recuperó su poder.

Un legado olvidado
Durante los 20 años siguientes, Enríquez siguió destruyendo nidos de piratas por todo el Caribe, capturando la marina mercante inglesa a un ritmo escalofriante, y esquivando o hundiendo los barcos británicos que eran enviados en su persecución. Ningún otro corsario de la historia tuvo una carrera tan larga y fructífera. Su único problema estaba en casa. Cuando el gobernador de turno en Puerto Rico le dejaba hacer su trabajo, era imparable, e incluso tenían que frenarle para evitar conflictos diplomáticos. Pero también tuvo que sufrir a gobernadores que usaron su cargo para encerrarle en la cárcel e intentar quedarse con las riquezas acumuladas por el corsario.
En 1729, tras el fin de la guerra anglo-española, Enríquez dejó de ser indispensable para que la corona controlara el Caribe y llegó su declive. En 1733 Matías de Abadía fue nombrado gobernador de Puerto Rico, y embargó todos los barcos, propiedades y fortuna de Enríquez. El corsario intentó salir del embrollo como había hecho siempre, acudiendo al rey Felipe V, pero no obtuvo respuesta. La corona ya no lo necesitaba y la nobleza de la época aprovechó su debilidad para hundirle. Para evitar ser encarcelado, ingresó en el convento de Santo Tomás en Puerto Rico, donde vivió los últimos años de su vida.
Falleció en 1743, a los 60 años, pobre y abandonado. E inexplicablemente, la corona hizo desaparecer el legado de un corsario cuyo nombre bastaba para hacer palidecer a piratas ingleses que hoy son leyendas.
NOTA: la imagen que abre este artículo no pertenece a Miguel Enríquez. No se conserva ningún retrato conocido de él. Ha sido generada con IA.
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