Chus Mateo deja el listón por las nubes
El nuevo entrenador del Real Madrid, en principio Sergio Scariolo, tiene por delante un reto tremendo: Mateo ha ganado seis títulos en solo tres temporadas.

El Real Madrid ganó la Liga Endesa hace solo una semana. Lo hizo con un inmaculado 3-0 contra un Valencia Basket que venía lanzado, y había jugado unos playoffs excelentes, pero ni siquiera pudo alargar la serie en el cambio de pista para regalar a su afición, era una motivación extra, una última victoria en La Fonteta antes del traslado al Roig Arena. En los playoffs, el equipo blanco completó un casi perfecto 8-1 pese a lo complicado de la hoja de ruta (Baskonia, Unicaja, Valencia) y con una sola derrota, en Málaga, por dos puntos. La única en Liga desde que cayó en Valencia el 22 de diciembre. Para cerrar la competición doméstica, un espectacular 30-1 en 31 partidos.
Fue un buen cierre para un curso complicado. Tan extraño que en cuanto se amarró el título que evitó la primera temporada en blanco desde 2011, justo antes de la llegada de Pablo Laso y el inicio de la edad de oro moderna en el baloncesto del Real Madrid, se hizo público que Chus Mateo, el entrenador, tenía las horas contadas en una sección que entraba en tiempos de cambio con la salida también de Juan Carlos Sánchez, directivo y arquitecto principal desde 2010. Para los despachos, el nuevo será Sergio Rodríguez. Seguro. Para el banquillo, el que más posibilidades tiene, el elegido, es Sergio Scariolo.
Así que Chus Mateo ni siquiera celebró este último título como los demás, obligado a responder a preguntas sobre un futuro que llevaba tiempo escrito y que la Liga, y la autoridad con la que se amarró, no cambió. Una decisión que no salió de Sánchez ni de la parte encargada de la planificación deportiva. Que ha sido personal del presidente, Florentino Pérez, que tenía decidido desde hacía meses que hacía falta un cambio. Las razones, por lo tanto, son suyas, pero para encontrarlas habría que viajar a diciembre, cuando el equipo estaba firmando una primera parte de temporada inusualmente mala. En Liga, y después de perder la final de la Supercopa contra el Unicaja, llevaba cuatro derrotas en doce partidos (8-4) después del patinazo citado en Valencia (el último de la fase regular). En Euroliga llegó a estar 6-9 a mitad de mes, a dos partidos del play in a falta de dos jornadas para el cierre de la primera vuelta.
Ahí, antes de Fin de Año, Florentino barruntaba ya muy seriamente un cambio que tanteó pero no concretó. Chus Mateo siguió, perdió la Copa, manejo un tramo de enorme inestabilidad y presión (el fiasco de Dennis Smith Jr, la llegada sin ningún brillo de Bruno Fernando, el enfado y casi salida de Serge Ibaka…) y enderezó el rumbo. En Liga de forma obvia, en Europa con mérito pero sin milagro. Acabó la fase regular con seis victorias seguidas, zozobró en la repesca del play in (derrota contra el París, victoria contra el Bayern) y no estuvo muy lejos por sensaciones del Olympiacos, el mejor equipo de la fase regular y el que lo apeó y evitó que el Madrid lograra estar por primera vez en cuatro Final Four seguidas. Si había alguna duda en la cabeza del presidente, esa eliminación debió acabar con ella y lo que quedaba, la Liga, no iba a influir en un cambio que estaba, en realidad, decidido.
Más cuestión de carácter que de pizarra
Decidido puede que por el carácter de Chus Mateo, un tipo tranquilo y normal, con una forma blanda de llevar el vestuario. Sin el aura de los gurús de los banquillos y por eso casi nunca al margen de unas críticas que se acostumbraron a apuntar hacia él después de cada derrota. Fuera más o menos justo. Desde luego, y podría influir un cambio de dirección general relacionado con el banquillo del fútbol y los problemas de una temporada también complicada, sea cual sea el estilo de Mateo con sus jugadores, funcionaba. Estos le apoyaron públicamente después de ganar la Liga, con el capitán Sergio Llull a la cabeza. Y, lo más importante, demostraron en pista que, aunque las cosas no iban bien porque la temporada no estaba siendo lo que se espera en un equipo como el Real Madrid, había unión y compromiso. Si no, en la parte más dura de invierno el vestuario se podría haber roto. Por entonces, la plaza en cuartos de la Euroliga estaba realmente en juego, y se aseguró, y la Liga tenía mucho camino por recorrer. Y se ganó.
Así que el vestuario no parece un factor determinante en el final de Chus Mateo en el Real Madrid. Tampoco, desde luego, los resultados. Ni su trabajo, aunque (como cualquier entrenador) no siempre acertara con la estrategia, las rotaciones o las elecciones de personal o pizarra en momentos calientes de partidos importantes. En un equipo que ha sido más imperfecto de lo habitual, el trabajo del entrenador tampoco ha sido inmaculado. Pero seguramente es una temporada en la que el análisis de las zozobras pasaba más, esta vez, por los despachos, y por los inevitables dolores de crecimiento de un proyecto nuevo y las incógnitas de un cambio de guardia casi integral. Salidas importantísimas en el vestuario y en la pista (Rudy Fernández, Sergio Rodríguez, Fabien Causeur, Vincent Poirier, Guerschon Yabusele…) y un plan de fichajes muy irregular: Xavier Rathan-Mayes y Serge Ibaka no llegaron a estar nunca a la altura esperada y acabaron la Liga fuera de la rotación. Usman Garuba sigue reajustando el arco de su carrera tras un complicado paso por Estados Unidos y Andrés Feliz comenzó con problemas físicos y de recalibración, después de ser eje del juego en el Joventut, pero acabó siendo fundamental, uno de los puntales del equipo en el título de hace unos días. Para los anteriores, la Copa y lo mollar de la Euroliga, todavía no se había encontrado.
Si se suma que se fichó a un Dennis Smith que salió unos días después y ni jugó una Copa en la que Bruno Fernando tuvo un protagonismo mínimo, el resultado es una sensación de desacierto, inestabilidad y transición que en muchas otras ocasiones habría mantenido a salvo el puesto del entrenador. Y más de uno que en los dos años anteriores había ganado dos Supercopas, una Copa, una Liga y una Euroliga. Cinco títulos a los que se suma la Liga 2024-25 para dejar en seis en tres cursos su etapa como primer entrenador. Uno más que Pablo Laso en sus primer trienio en el banquillo (acabó con 22 en once años, historia viva del Real Madrid) y cinco más que, por ejemplo, Sergio Scariolo en su primera etapa: tres años también, 1999-2002, saldados con una Liga en 2000.
En esos tres años, Mateo llevó al Madrid a dos finales de la Euroliga (una ganada, una perdida) y ocho de nueve posibles en los títulos ACB (Supercopa, Copa, Liga) con cinco éxitos. En Liga, se va con un balance de victorias histórico: 83,5%, 111 en 133 partidos. Mejor que el de (en muchos más partidos, eso sí) Laso (81,4%) y Lolo Sainz (también 81,4%) en el club blanco. Lo más parecido, en toda la era ACB, es el paso de Sarunas Jasikevicius por el Barcelona (82,4%), curiosamente también de tres años y también cerrado con una salida polémica después de ganar la Liga.
De interino a entrenador principal
Cuando el Real Madrid estaba a punto de meterse en la final del playoff en 2022, Pablo Laso sufrió un problema de corazón y Mateo, su ayudante desde 2014, se puso al frente del equipo. Certificó el pase contra el Baskonia (3-0) y dirigió al equipo también en la eliminatoria final contra el Barça, al que robó el factor cancha (1-3) para amarrar la Liga como interino. Si se añade a los de sus tres años como entrenador principal, serían siete títulos y nueve finales en diez torneos ACB para un entrenador de 56 años que entró en el club con 21, en 1990 y para trabajar con las categorías inferiores. Después fue ayudante de Sergio Scariolo, el que será su sustituto si se confirma la hoja de ruta prevista, Javier Imbroda y Julio Lamas. En 2004 se fue (Málaga, Zaragoza, Fuenlabrada, China…) y en 2014 regresó. Ahora, se va de una forma extraña y que no todo el mundo comparte: en una encuesta de AS con casi 13.000 votos, el 70% de los aficionados considera que merecía seguir en su cargo.
El listón, por lo tanto, queda en un nivel altísimo. Por títulos y por victorias. En sus dos primeros años, Mateo ya había ganado los cuatro títulos posibles y había jugados dos finales de Euroliga de dos posibles. Mejorarlo requerirá una perfección muy difícil de alcanzar, aunque puede que no sea eso lo que garantice la sostenibilidad del nuevo proyecto; que influyan otros aspectos (perfil, relación con los jugadores…) que parece que han sido decisivos, sea lo justo que sea, en un cambio en el banquillo que cierra una etapa de Chus Mateo con errores y puntos oscuros, como seguramente no podría ser de otro modo, pero con muchísimas victorias, un ritmo de títulos envidiable y un trabajo en el día a día que es, más allá de lo opinable de su libreto y sus decisiones, difícilmente criticable.
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