Durant cabalga a lomos del infierno
La llegada del alero puede desentramar una versión temible de los Rockets. Un equipo con una defensa impenetrable que añade a uno de los mejores anotadores de siempre.


“Y miré, y vi un caballo pálido. Y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Infierno lo seguía”. La célebre cita del libro del Apocalipsis (6:7-8) parece una buena metáfora para explicar cómo van a ser, o como podrían ser en su mejor versión posible, los Rockets 2025-26. Imagino, al menos, que el símil le encantaría a Ime Udoka, un entrenador que llegó para arreglar el descalzaperros que estaba siendo la reconstrucción post James Harden en Houston y que tiene un mantra claro: la defensa es innegociable. Esa fue la base fundacional de su proyecto en su primera temporada (2023-24: 41 victorias, el 50% después de tres años sin pasar de 22) y esa fue la mecha que prendió hasta las (52-30) del pasado curso, el mejor en seis años para la franquicia texana. Por fin, en reconstrucción real y no tirando dados para ver por dónde salía la cosa.
Los Rockets tenían tanta materia prima joven con incógnitas por resolver que decidieron darse un año para competir con ellas y aclararse las ideas sin usar su excelente lote de rondas, y esas promesas por desenvolver, en el mercado de traspasos. El resultado superó las expectativas en regular season (segundo puesto del Oeste), donde pocos equipos jugaban tan duro con ellos todas las noches, pero encalló en la primera ronda de playoffs, una serie llena de golpes, defensas con los dientes apretados y finales angustiosos en la que les acabó pesando (3-4, derrota en el séptimo en su pista) cierto grado de bisoñez en un porcentaje alto del vestuario en el día en el que los Warriors, el equipo que sistemáticamente dejó sin jugar siquiera unas Finales al proyecto Harden, sacó todas las viejas armas del baúl de los recuerdos. Si a los cinco minutos no sabes quién es el primo, es que el primo eres tú.
Los Rockets se fueron de vacaciones con mal sabor de boca porque lo tuvieron en la mano. Pero también con la información que necesitaban para el siguiente capítulo de su proceso. Su defensa, la quinta mejor de la regular season, había demostrado también en el regreso a playoffs que era legítima. Con alambre de espino. Esa cifra, el top 5 en rating defensivo, era una línea roja, un mínimo que había establecido Udoka al equipo si quería convertirse en aspirante de verdad. Todavía no lo había sido... por el ataque: decimosegundo en la temporada pero en realidad peor; feo, como un parto si se apartaban los rebotes de ataque, el control de las pérdidas y el juego en transición gracias a la defensa. Si se aislaban los ataques en estático, a veces básicamente una aventura que consistía en que alguien tirara para intentar coger el rebote, el dato caía al vigésimo segundo de las treinta franquicias. Ups.
Y en playoffs el juego se ralentiza, las defensas ponen la intensidad en máximos y las trincheras se cavan profundas. Y las lecciones se aprenden a palos, más contra un viejo campeón como los Warriors, al que insuflaba vida (la justa) el espíritu de sus propias gestas. El dato de shot quality (la idoneidad de los tiros más allá del acierto puntual: cómo de buenas son las posiciones de lanzamiento) fue el decimoctavo de los treinta equipos. Y en playoffs el decimoquinto, solo empeorado por otra defensa vibrante acompañada por un ataque doliente: Orlando Magic. La eficiencia de esos tiros (effective field goal percentage) fue la tercera peor de los dieciséis en las series. Por detrás los Magic, otra vez, y unos Grizzlies que hicieron poco más que pasar por allí contra la defensa bestial de unos Thunder que estaban a semanas de ser campeones. Así que el ejecutivo Rafael Stone y Udoka concretaron lo que ya era más que una simple sobra de duda un año antes: el ataque no evolucionaba al ritmo de la defensa. Y aunque el mantra dice que las defensas ganan campeonatos, estos no llegan si no se tiene también un ataque como mínimo viable. La cuestión obiva era, ya en primer plano, quién tenía que ser el motor, el eje de ese nuevo y cómo de probable es que esa pieza estuviera, con toda certeza, ya en la plantilla.
Kevin Durant entra en escena
La respuesta fue llevarse a Kevin Durant, un viejo rumor materializado en una operación excelente que solo obligó a entregar a Dillon Brooks, Jalen Green, el pick 10 del pasado draft (una ronda de los propios Suns) y cinco segundas rondas. Los Rockets conservaron un buen lote de recursos de draft (entre ellos otras tres primeras de los Suns, una de los Mavs y un intercambio con los Nets, todo hasta 2029) y se llevaron a uno de los mejores jugadores de ataque de la historia del baloncesto para recomponer eso, su ataque. De entrada, una solución sencilla en el corazón de un problema obvio: Kevin Durant es uno de los mejores, de siempre, haciendo lo que necesitan los Rockets: generar juego, atraer a la defensa y crear oportunidades para otros. Y, sobre todo, meter canastas. Muchas canastas desde todas partes y con una de las suspensiones más mortíferas de la historia. LeBron es el segundo jugador con más temporadas de al menos 25 puntos y un true shooting percentage (el dato que combina todos los tiros, incluidos los de personal) del 60%. Apila nueve. Michael Jordan se quedó en cuatro, Stephen Curry lleva ocho. Durant es el mejor… con catorce, incluidas las trece últimas. Seguidas.
Durant empezará la temporada con 37 años y un largo y feo historial de lesiones. Pero la pasada, un dato perdido en el desastre para los libros de historia que fueron los híper caros Suns, acabó con el tercer mejor eFG% (el citado medido de todos los tiros) de su carrera. Y con 26,6 puntos, 6 rebotes y 4,2 asistencias. Un 52,7% en tiros totales y un 43 en triples. Sin dar gran cosa a cambio una vez que ya parecía claro que podían aburrirse esperando a que Jalen Green (hace cuatro años que fue número 2 del draft) se convirtiera en epicentro viable -es decir, todas o casi todas las noches- del juego. Durant (54,7 millones) juega en último año de contrato y puede firmar una extensión de dos años y 100 millones. Pero los Rockets tienen flexibilidad para moverse con creatividad con un jugador que, además, cierra un viejo círculo casi dos décadas después de jugar su única temporada universitaria con los Longhorns de Texas.
Por primera vez desde que Tilman Fertitta compró la franquicia por 2.200 millones (un récord entonces) en 2017, los Rockets (ahora valorados en unos 5.000) van a pagar impuesto de lujo. Es fácil imaginar que lo harán encantados, aunque sí acaban de realizar una operación de puro vaciado salarial para quitarse el sueldo de Cam Whitmore (3,5 millones), un talento de 20 años que va a intentar asomar en los Wizards. Antes de ese movimiento los Rockets estaban en 197,9 millones de payroll, por encima de un límite del primer apron (195,9) que es para ellos un techo duro que no pueden superar de ninguna manera, cosas del convenio, después del firmar a Clint Capela en un sign and trade y a Dorian Finney-Smith con la midlevel exception. El límite del impuesto de lujo está en 187,8 millones, así que ese no tienen a priori formar (sensata) de puentearlo. Pero queda en una cuestión de rascarse el bolsillo para Fertitta, sin las limitaciones deportivas que sí trae vivir por encima de los aprons.
Durant ha pasado ya por Thunder (un año Sonics), Warriors, Nets y Suns. Los Rockets serán su quinto equipo, algo extraño para un jugador de su talento, en la temporada en la que, si todo va normal, superará a Michael Jordan y se meterá entre los cinco mejores anotadores de siempre. Solo ha ganado títulos en los Wariorrs con Stephen Curry y todos los demás (2017, 2018: el equipo pluscuamperfecto). Y ha acabado rodeado por un aura de malditismo, trazos de forajido y cazarrecompensas, sin término medio entre aquellas leyendas de playground que llegaban en su coche para jugar donde se montara una pachanga callejera y el híper profesional que toma decisiones deportivas a veces difíciles de entender y casi siempre mal calculadas. Eso también acompaña, claro, a la referencia al jinete llamado Muerte.
Pero lo principal estará en la pista, donde Durant puede tener la mejor oportunidad de ser campeón desde que se fue de la Bahía de San Francisco. Tenían más nombre, y asterisco por una plaga tremenda de lesiones, los Nets en los que jugó con Kyrie Irving y James Harden (en su mejor versión imparables, en la de diario, insostenibles). Pero estos Rockets vienen de ganar 52 partidos, ahora le tienen a él y parten de una coraza defensiva temible. Con muchos jugadores en crecida, de brazos largos, muy físicos y para jugar con cambios de emparejamiento permanentes, al estilo defensivo ultra agresivo que le gusta a Udoka. Tienen a veteranos como Fred VanVleet, Dorian Finney-Smith, Steven Adams, Jeff Green y Clint Capela. Y tienen talento joven en plena detonación (Alperen Sengun, Amen Thompson, Tari Eason) o a un paso (Jabari Smith Jr) o unos cuantos (Red Sheppard) de la relevancia. Son un equipo que seguirá siendo impenetrable en defensa, o que debería serlo todavía más, y que tendría que mejorar bastante, como mínimo, en ataque. Un infierno para los demás desde las brasas de Texas. Esquirlas de fuego en un Oeste tremendo.
Porque, y eso es lo mejor, Durant ni siquiera obligará a un cambio de estilo. Es un jugador adaptable, que aparece en pista y mete canastas. No acapara posesiones, puede jugar sin la bola, está cómodo en casi cualquier formato anotador y sabe pasar y rebotear. Y, todavía, defender con ayudas hacia el aro gracias a su envergadura. Y más con un equipo en el que no tendrá que ocuparse de los dos o tres mejores jugadores que haya enfrente. En principio, no quitará protagonismo ni obligará a reformas profundas a los demás. Al contrario, debería ser una válvula de escapa definitiva, no digamos en playoffs. Y un factor de crecimiento de los demás, menos exigidos por una defensa rival mucho más presionada por la presencia de ese tormento de 2,11 al que hay que defender por todas partes, sin conceder un centímetro de parqué. Hay casi dos décadas de evidencias apiladas en la NBA. El fichaje de Durant, sumado todo esto y lo manejable de su coste, es una operación excepcional.
Un verano plagado de aciertos
Pero no la única: los Rockets han hecho básicamente todo bien este verano. La salida de Jalen Green puede tener un riesgo por sus 23 años, pero parece un precio más que razonable por un asalto a la gloria con lo que queda de Durant. Más allá de que es ya legítimo también pensar que nunca será, no todas las semanas de la temporada, el jugador que por talento podría/debería ser. VanVleet (31 años, pedigrí de campeón en Toronto) jugará con un contrato mucho más liviano (se rechazó una team option de 44,9 millones y firmó por dos años y 50 totales). Jabari Smith Jr amplió su contrato rookie por cinco años y 122, una buena cifra para un talento todavía comprimido pero que parece a punto de explotar como pegamento, uno de esos jugadores importantes de verdad en equipos buenos de verdad. Steven Adams, que jugó una eliminatoria colosal contra los Warriors, regresa con un contrato de tres años y 39 millones. Mucho más que un héroe folk en los márgenes de la NBA y un viejo escuerdo, además, de KD en los Thunder. Clint Capela vuelve al equipo en el que acababa alley-oops con Harden por tres y 21, y Dorian Finney-Smith, un profesional del 3&D (defensa y tiro), deja a Luka Doncic y los Lakers y firma por cuatro y 53; una forma excelente de, digamos, tener lo bueno de Dillon Brooks sin lidiar con lo malo de Dillon Brooks. Y una apuesta con el riesgo bajo control porque solo se garantiza totalmente el salario de las dos primeras temporadas.
Sengun tiene 22 años y acaba de ser all star por primera vez. Amen Thompson, un demonio de mil formas que será aspirante a Defensor del Año quizá ya esta próxima temporada (y por muchas más), 22; Jabari, 21, Eason 23 y Sheppard, 20. Si el primero gana el pico de eficiencia que la falta como anotador, el segundo aprende a hacer algunas cosas más con la bola en las manos, el tercero se estructura de verdad como un defensor con instintos menos rígidos en ataque… y si Shepard (un 3 del draft de 2024 casi inédito el pasado curso) irrumpe como opción para dirigir el pick and roll… Si, si, si si... los Rockets tienen what ifs, condicionales de sobra para creer que su techo puede ser verdaderamente ilimitado para la próxima temporada. También, el reverso de la misma moneda, la certeza de que al menos un par de esas cosas (sobre todo las que tienen que ver con Sengun, Thompson y Smith Jr) tienen que salir bien cuanto antes para que la cosa sea seria de verdad. Y me refiero a mirar (casi) de tú a tú a los Thunder en la jerarquía del Oeste.
Los Rockets pueden jugar con quintetos pequeños, grandes o muy grandes. Todos con mucho músculo y envergadura. Con Durant y Finney-Smith, pueden plantear unidades de envergadura inacable sin base ni pívot (con Eason, Smith Jr y Thompson). Tienen a Sengun para hacer de faro del ataque y a VanVleet para poner IQ y sus racheados pero tremendos descorches en el tiro. Y tienen la opción, como en playoffs, de recurrir a Adams y jugar con dos y hasta tres interiores más o menos puros. Quintetos gigantes que arrasan el rebote y que formulan una zona 2-3 claustrofóbica. Son, definitivamente, un aspirante al título con todos los galones.
O deberían serlo. Un equipo que será infernal, con una defensa ultra física que, sin estropear nada, añade a un anotador histórico en una sala de máquinas ofensiva a la que le basta con no ser un talón de Aquiles que puedan explotar por los rivales. Esta es la fundación de algo que puede ser muy bueno, el renacimiento en toda regla de un equipo que lleva, entre unas cosas y otras (esas cosas han sido casi siempre los Spurs, los Lakers, los Warriors...) desde 1995 sin pisar unas Finales que ha rondado muchísimas veces. En esa pelea quieren estar: ahí, otra vez. Debería, con uno de esos perfiles que huelen a golpes y defensa, a baloncesto de tensión, fiero: del que gana. Muchos partidos… y, a partir de ahora, también eliminatorias. Lo contrario sería un fracaso, ahora sí, sonado.
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