WNBA: las jugadoras van a la guerra
El conflicto laboral se recrudece y ya asoma el fantasma del lockout. Las jugadores consideran “un bofetón en la cara” la oferta que han recibido de la liga.


La WNBA y el sindicato de jugadoras (WNBPA) negocian. El 31 de octubre expira el actual convenio colectivo (CBA) y ahora mismo no hay nada que se acerque mínimamente a un principio de acuerdo. Y la situación es compleja de verdad, porque mientras que en la NBA la excepcional situación económica y las condiciones que han ido conquistando los jugadores favorecen una paz social que alienta permanentemente (con algunos claroscuros) el comisionado Adam Silver, en la WNBA la perspectiva económica sigue siendo compleja, a pesar del espectacular crecimiento que ha experimentado la competición en los últimos tiempos. Las jugadoras, además, consiguieron mejoras importantes en el último convenio pero siguen muy lejos de estar satisfechas con sus condiciones laborales.
Según información que adelantó Front Office Sports, el sindicato recibió una propuesta inicial de la liga en la última semana de junio, pero esta fue rechazada al momento. Queda, por lo tanto, mucho que hablar y negociar, sobre todo en lo referente al que siempre es el gran trabajo de batalla, el revenue sharing. El reparto del BRI (basketball related income), todos los ingresos directamente relacionados con los partidos de baloncesto y la cantidad a partir de la que se establece el salary cap y, por lo tanto, los salarios de las jugadoras.
Nneka Ogwumike, jugadora de Seattle Storm y presidenta del sindicato, dejó clara su postura: “Hay inconsistencias en lo que pretendemos empezar a negociar en base a lo que las jugadoras queremos. En la estructura de los salarios, el reparto (revenue sharing) y algunas cosas más”. El WNBPA asegura que envió su propia propuesta a la liga en febrero, aunque la comisionada Cathy Engelbert dijo cuando se le celebró el draft, en abril, que lo acababan de recibir. Ese primer borrador de las jugadoras ni siquiera fue aceptado como propuesta forma por la WNBA (las franquicias), así que fue rehecho en una nueva versión que es la que ahora ha tenido contestación. Satou Sabally (Phoenix Mercury) definió la contrapropuesta de la liga como “una bofetada en la cara” para su colectivo. Y Breanna Stewart (New York Liberty, vicepresidenta del sindicato) afirmo que las posturas están en “polos opuestos”. “Parece claro que está extendida esa percepción de que las jugadoras no entendemos de negocios. Cathy (la comisionada) me lo ha llegado a decir a la cara, así que yo se lo transmití a la demás y les dije que les vamos a demostrar que sí entendemos este negocio, y que lo van a ver cuando nos sentemos a negociar”.
El gran objetivo de las jugadoras es que el crecimiento exponencial de la competición, especialmente desde la llegada de Caitlin Clark como número 1 del draft de 2024, se note en los sueldos. Porque la inyección de dinero es obvia: las últimas franquicias en entrar para una expansión ya confirmada (Cleveland, Detroit y Philadelphia) han pagado una cuota de 250 millones cada una para estar en la liga. Y los nuevos contratos televisivos se han firmado por once años y 2.200 millones de dólares.
La WNBA llegará para 2030 a un dato histórico: 18 franquicias en competición. Llevaba desde 2008 sin crecer, pero esta temporada ha debutado (con un enorme éxito de seguimiento y explotación económica) Golden State Valkyries, el equipo que juega en el Chase Center de San Francisco. En 2026 llegan las franquicias de Portland y Toronto y se acaban de aprobar otras tres, en Detroit (2028), Cleveland 2029) y Philadelphia (2030). La competición (más actividad equivale a más ingresos) ha saltado ya a 44 partidos de fase regular por equipo y Finales al mejor de siete. Y esos nuevos derechos televisivos, firmados (con Disney, Amazon y NBCU) al amparo de los históricos de la NBA que entran en vigor la próxima temporada, suponen un salto de unos 50 millones al año a más de 200: la cifra final puede acabar acercándose, con otros acuerdos de explotación y retransmisión, a los 3.000 millones por esas once temporadas.
Así que el crecimiento de la WNBA, si se suman las cifras de asistencias a los pabellones y de venta de merchandising, es incuestionable y rápido. New York Liberty, el actual campeón, está valorado ya en unos 450 millones de dólares. En 2019, Jose Tsai y su mujer, Clara Wu Tsai, lo compraron, un fleco en la operación en la que se hicieron con los Nets y el Barclays Center, por una cifra que no llegó a 15 millones como fórmula de conveniencia para salvar a un equipo en situación muy delicada.
Por lo que ha explicado Ogwumike, una de las grandes batallas está en la formula del renevue sharing y su aplicación en el salary cap: los equipos quieren un formato fijo sean cuales sean los ingresos y las jugadoras, que el porcentaje crezca si se sigue disparando el interés y la entrada de dinero: “Queremos estar seguras de que si la liga sigue creciendo, no sean nuestros ingresos, los de las jugadoras, lo único que está fijado sin posibilidad de mejorar”, explica la presidenta. El siguiente cónclave llegará la próxima semana, en el All Star de Indianápolis (18 y 19 de julio), un punto de encuentro que ha sido clave para resolver anteriores disputas laborales pero que ahora se ve con pesimismo por lo distanciadas que están las posturas y la sensación que tienen las jugadoras de que se juegan mucho en este punto de inflexión en el que está la competición: sus salarios, por supuesto, pero también la estructura de los techos salariales, para que sean menos duros; la expansión de las plantillas para que haya más jugadoras y mejores condiciones en aspectos por los que llevan tiempo peleando y han conseguido ya avances en los que quieren profundizar, como las bajas por maternidad.
Un caso que demuestra, para las jugadoras, por qué hay mucho en lo que avanzar es el de la belga Julie Vanloo, que nada más ganar el oro del reciente Eurobasket, en una final dramática contra España, tuvo que coger un avión para regresar a la disciplina de Golden State Valkyries. Cuando aterrizó, sin haber tenido ni tiempo para celebrar el oro, se enteró de que había sido cortada por el equipo de la Bahía. Solo 24 horas después estaba en Nueva York, antes de que se jugara el partido entre las Liberty Los Angeles Sparks, para saber si había sido adjudicada en el proceso de waivers al equipo angelino. Así fue, y pasó de estar en la entrada del Barclays Center esperando noticias con su maleta a hacer la sesión de tiro previa al partido como nueva jugadora de las Sparks.
Viajó por la noche, se buscó un hotel y esperó al momento de ir al pabellón con todos los gastos de su bolsillo y sin saber qué acabaría sucediendo. Su salida de las Valkyries tiene que ver con la limitación a doce de las plantillas, otro asunto sobre el que las jugadoras insisten porque, ahora mismo, creen que debería haber sitio para más. Y consideran que la expansión a más franquicias es una gran noticia… pero que primero habría que hacer una expansión interna, dentro de unas rotaciones ahora muy restringidas. La WNBPA cree que, entre lesiones y circunstanciiccwin247.como la coincidencia de torneos internacionales durante su temporada (en verano), hay argumentos de sobra como para crear, al menso y de entrada, unas plazas de jugadoras de reserva o temporales.
Las jugadoras también piden que se acabe con el techo duro en el salary cap: ahora hay una cifra que no se puede sortear de ninguna manera (esta temporada 1.507.100 dólares por equipo) en salarios. Un modelo como el de la NBA, con opciones para saltarse el tope y multas por superar unos límites con una notable graduación, permite más juego y creación de excepciones salariales. Otra forma de aumentar y dinamizar los salarios de las jugadoras. En el actual convenio, el salary cap ha ido creciendo desde 2020 un 3% ya fijado y sin posibilidad de cambio. Eso es otra cosa que el sindicato quiere evitar ahora: que se establezca de forma rígida la evolución del cap y no se pueda reinterpretar o estructurar en función del crecimiento económico de la liga. Las jugadoras quieren eso, un crecimiento que vaya de la mano del de la competición; y, claro, algo más del bocado que se llevan ahora del BRI por revenue sharing, apenas un 9,3% de los ingresos. En la NBA, esa cifra ronda el 50% en el reparto, casi igualado entre jugadores y equipos.
El 42% de la WNBA pertenece a la NBA y los propietarios de sus 30 franquicias. Otro 42% es de los propietarios de la propia competición femenina, subsidiaria de la masculina, y el 16% restante es de un grupo inversor que puso 75 millones en una ampliación de capital acordada en 2022. Un asunto que complica el reparto de beneficios y que por ahora impide que se esté cerca de un acuerdo a pesar de que las negociaciones eran inevitables, y se podía haber intentado avanzar antes, porque en octubre las jugadoras ya habían activado su cláusula para forzar el fin del actual convenio (que acababa en 2027) cuando termine esta temporada. Estas quieren un nuevo convenio “transformativo”, que marque el inicio de una nueva era, y contemplan la opción de no jugar, parar y llevar a la WNBA a un lockout, el temido cierre patronal que sería un gran contratiempo en un momento tan importante para la competición.
Sophie Cunningham y Sydney Colson, jugadoras de Indiana Fever, leyeron un comunicado en nombre de todo su colectivo en el que pedían unas condiciones de trabajo justas: “A medida que la competición crece, el convenio tiene que reflejar también nuestro verdadero valor. Vamos a pelear por una parte justa del negocio que nosotras estamos creando”. La expectativa de un acuerdo mucho mejor y la llegada de los nuevos contratos televisivos ha creado, además, una situación muy particular en el mercado de la WNBA: en torno al 80% de las jugadoras serán agentes libres el próximo verano ya que han estructurado sus contratos a la espera de esas mejores condiciones en las que deberían firmar los nuevos en 2026.
Sin embargo, si las plantillas se expanden serán más entre las que repartir, y la llegada de nuevas franquicias es una inyección inicial obvia, por los millones que pagan para acceder a la liga, pero también más partes entre las que repartir los beneficios. Los equipos, además, insisten en que el crecimiento es obvio, y por eso el interés de nuevos inversores y la llegada de más franquicias, pero la situación económica todavía no es ideal: según un estudio del Washington Post, del año pasado, la liga acumula desde su creación unas pérdidas de unos 10 millones de dólares al año.
El convenio que entró en vigor el 2020, el que termina ahora, subió el salario máximo de las jugadoras de 117.500 dólares a 215.000. En 2023 esa cifra estaba en 234.936, que es el tope que la pasada temporada recibían solo tres jugadoras. De ahí, a un salario mínimo de 62.285 dólares en el caso de jugadoras con dos años o menos de experiencia en la competición. El salario medio no llega a los 150.000 dólares. Y es muy sonado, como todo con ella, el caso de Caitlin Clark, que como rookie (número 1 del draft, además) percibió apenas 76.535 dólares. Esta temporada está en poco más de 78.000, apenas el 1% de sus ingresos anuales dado lo que se lleva en contratos publicitarios y relacionados con su imagen una jugadora ultra mediática en Estados Unidos y a la que se considera responsables de, solo de forma directa, el 26% de los ingresos de la WNBA.
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