Cine
Crítica de ‘Romería’, la película que baila sobre la tumba de la generación perdida
Carla Simón cierra la trilogía sobre su familia con una película menos naturalista, de estructura más marcada y por primera vez con licencias para lo onírico.

Nunca he sabido cómo se conocieron mis padres. Cuando era pequeño sentía mucha curiosidad y les preguntaba con frecuencia. Pensaba que me ayudaría a mí mismo a encontrar al amor de mi vida. Como si hubiera algún tipo de fórmula en su historia que yo pudiera replicar. Pero nada. Mis padres me tomaron el pelo hasta el último día y siempre me contaban distintas bolas. En la que más repetían, mi padre estaba en la piscina de su pueblo, se acercaba al bar de la misma y se enamoraba a primera vista de la camarera, mi madre. Ella se giraba y le preguntaba si quería una Coca-Cola, a lo que él respondía “No, yo te quiero a ti”. A partir de ahí, campanas de boda y perdices.
Aquello jamás sucedió. Mi padre no era tan atrevido (ni gañán) ni mi madre tan fácil. Ella no fue camarera en su vida y posiblemente nunca coincidieran en esa piscina cuando eran jóvenes. Sin embargo, he oído tantas veces aquel relato que ahora sus imágenes se forman con nitidez en mi mente cada vez que pienso en cómo se conocieron. Es un poco lo que le sucede a Will Bloom en ‘Big Fish’. Y es por esto mismo por lo que me gustan tanto .
Tanto en ‘′ como en ‘’ y ‘’, las protagonistas andan en busca de su historia familiar. Hay cierta escena que se repite en todas y muestra a las mismas paralizadas mientras escuchan a terceros hablar de fondo sobre sus padres. Reconozco a la perfección cómo intentan disimular su turbación interna. Cómo tratan de aparentar que no están escuchando y que no les afecta, cuando en el fondo andan apuntando cada palabra y sintiendo un torbellino de emociones por dentro.

Es necesaria mucha delicadeza y mucho talento para plasmar en la gran pantalla un momento tan concreto, tan interno, tan difícil de sobrellevar. También es necesario ser muy valiente para abrirse así sobre uno mismo y sobre los sentimientos de dolor, rabia y vergüenza que le produce a uno indagar en su árbol familiar y descubrir mentiras, medias verdades y detalles que no se amoldan a la imagen mental que uno se había hecho de los suyos.
Curiosidad es la palabra que mejor define el cierre de esta trilogía autobiográfica de Carla Simón que tantas alegrías le ha brindado (un Oso de Oro, una Biznaga, dos Goya y mucha paz mental consigo misma y su pasado). Es una curiosidad triple que diría Patrick Rothfuss. La primera curiosidad es la que siente la propia directora hacia una nueva rama de la familia, la que faltaba por abordar, la paterna. De la segunda ha hablado en algunas entrevistas. Es la curiosidad que sustituye al conflicto como punto de partida del guion. Y la tercera, la curiosidad por probar a grabar algo menos naturalista, de estructura más marcada y por primera vez con licencias para lo onírico.

No puedo evitar sentir que me gustan más las anteriores cinta de Carla Simón, menos cerebrales y más entregadas a la emoción y lo espontáneo, pero ‘Romería’ sigue teniendo elementos de sobra para rescatar. Son los casos del retrato que hace de la generación perdida por el sida y la heroína, el marco que elige y talla para la historia (Vigo), y los hallazgos interpretativos que hace, dos debuts que enamoran como son los de , la protagonista, y , su abuela paterna.
‘Romería’ es como el mar. A veces calmado y conocido, a veces convulso y capaz de arrastrarte con fuerza hacia la oscuridad. Hay una primera parte en la que reconoces la firma habitual de Carla Simón y otra en la que te encuentras siguiendo un inesperado reguero de autodestrucción y contemplando sus consecucias al ritmo de Siniestro total y ‘’. Sin lágrimas, con escalofríos. Y al final, una escalera hacia el cielo, un salvavidas.

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