El Mundial de Trump, Infantino y Bin Salman
Viendo el palco de la final pensé cuánto hubiera dado por un Lo que el ojo no ve con captura de las conversaciones. Me imaginaba a Trump aburrido como una ostra, haciéndole a Infantino preguntas de turista en los toros y proponiendo la abolición del fuera de juego, que es lo que enseguida se les viene a la cabeza a los legos cuando van por primera vez al fútbol. Al cabo lo pasó bien, entrometiéndose en la celebración icónica de ganadores como un auxiliar de Maresca más. Por fortuna, en la gresca final no se inmiscuyó, respetando el papel estelar de Luis Enrique. Y de aquí, al Mundial ‘de verdad’, dentro de un año.
No lo puedo evitar, pero siento que el fútbol y Estados Unidos casan mal. Las viejas liturgias son alteradas en lo menos (esa salida de los jugadores, uno a uno, con el rostro del que tiene la sensación de estar haciendo el ridículo) y en lo más (ese descanso de 25 minutos, vulneración del Reglamento a mayor gloria de Infantino y de los hábitos locales). Pero es tarde para lamentarse, porque los americanos se están comprando el fútbol (el propio campeón, el Chelsea, lo controla un fondo californiano) y lo van a ir alterando a su gusto. Ese gusto que modeló deportes que no han conquistado el mundo, como sí ha hecho el fútbol.
Infantino se fue contento hasta la vanidad: “Decían que no tendríamos financiación, y la hemos tenido”. Lo que ha tenido es a Mohamed Bin Salman y sus mil millones a cambio de hacer en Arabia Saudí el Mundial 2034. No es un dinero que procediera de un mercado real, convencido del interés del torneo, sino de un “estos son mis poderes” de Bin Salman gracias al cual Florentino pudo presumir y presumió de que “los niños del mundo han podido ver al Madrid gratis”. De la mano de Infantino el fútbol vende formalidad y prestigio, abriendo sus puertas a personajes de lo menos recomendable que ningún bien pueden hacerle.
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