Las Selecciones de formación brillan cada verano con una recolecta de medallas que algún año ha alcanzado o ha rozado el pleno. Cuando los jóvenes saltan a la cancha, son competitivos. El problema viene después, principalmente en su versión masculina, cuando regresan a sus clubes y no encuentran hueco para desarrollar su calidad, ante la elevada exigencia de una competición como la Liga ACB, el torneo doméstico más importante de Europa. Esta ha sido una de las máximas preocupaciones del baloncesto nacional en fechas recientes. No son muchos los que sobreviven, aunque es verdad que quien lo hace alcanza un nivel óptimo, porque la rivalidad interna es feroz. En la presente temporada han lucido algunos: Mario Saint-Supery, Sergio de Larrea, Hugo González, Rafa Villar… Otros, como Lucas Langarita, han tenido que bajar a la Primera FEB para contar esos minutos. Sin embargo, son muchos más quienes no hallan un sitio. Si esto fuera poco, en los últimos tiempos se ha añadido la amenaza de la NCAA, la liga universitaria estadounidense, que ahora sí dispone de dinero, gracias a una argucia que enmascara el profesionalismo, para atraer a las promesas, que cruzan el charco para mirar desde más cerca el sueño de la NBA. Últimamente se ha vivido en España algún caso de espantada.

Dentro de este contexto, ayer se presentó la Liga U, un campeonato Sub-22 lanzado por la Federación y la ACB, bajo el auspicio del CSD, para crear una pasarela donde los jóvenes puedan expresar su talento, sin necesidad de renunciar a su equipo principal, donde pueden seguir inscritos. Este torneo, unido a esa España B de reciente creación, cubrirá algunas deficiencias del basket patrio. Otra cosa será comprobar si el nivel competitivo será suficiente para que progresen, pero al menos no se convertirán en carne de banquillo. Tendrán su propio espacio. No suena mal.

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