Xabi Alonso resucita el estado de optimismo
Han bastado cinco partidos en este neonato Mundial de Clubes para que de la mano de Xabi Alonso se haya instalado en el planeta madridista una especie de estado general de optimismo. Hay que agradecerle que aceptara el difícil encargo de coger el equipo para este campeonato, sin la plantilla cerrada ni en salidas ni en llegadas. Me cuentan que le costó y se entiende. Pero ahora que lo ha hecho hay que convenir que otra cosa hubiera sido impensable. ¿Podríamos imaginar al Madrid acudiendo a este Mundial con un entrenador provisional, Solari, por ejemplo, por mucho respeto que merezca la figura, que desde luego lo merece?
Xabi aceptó, se sometió a una prueba rara, yo diría que inédita: empezar de forma atropellada, casi improvisada, en un torneo de altos vuelos en el que el Madrid, en buena medida cómplice en su creación, estaba obligado a un protagonismo especial. En esto había en juego dinero y prestigio. Xabi Alonso acertó al primer golpe de vista, haciendo gala de un ojo clínico que me recuerda al de Flick el año pasado por estas fechas o poco después, cuando nada más llegar al Barça eligió el modelo y los 16 ó 18 principales para servirlo, con el correspondiente orden de prevalencias. Pensó y ordenó el equipo en muy poco tiempo.
Así veo a Xabi, asentado su plan sobre Güler como brújula en el medio campo, acompañado de dos turbinas, Valverde y Bellingham, y los laterales largos; atrás Rüdiger y Huijsen, con Tchouameni entre ellos o de primer soporte en la media, y arriba, en ausencia de Mbappé, Gonzalo en la brecha, junto a Vinicius; Rodrygo queda fuera, víctima de su crónica melancolía. En los cambios ha mostrado sensibilidad con Modric y Lucas, con Asencio, que empezó con tanta desgracia, con el propio Rodrygo el último día. Burla burlando, ha llegado a semifinales, y prácticamente sin Mbappé, la incógnita por despejar.
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