Estos fueron los difíciles inicios de Bertín Osborne en Estados Unidos tras dejar su vida atrás: “Escogí el camino difícil”
El cantante y presentador de televisión se embarcó a principios de los ochenta en una aventura en busca del sueño americano que le consolidó como icono cultural.


Mucho antes de que Bertín Osborne se entregase a la pequeña pantalla como conductor de formatos y elocuente presentador, Norberto, como realmente se llama, fue un joven intrépido que, como todos aquellos que quisieron hacer de su vida la persecución de una pasión, se lanzó en busca del entonces conocido como ‘sueño americano’.
Corría 1981 y Bertín, de entonces 26 años, solo quería dedicarse a la música. No tenía ojos para otro arte que no fuera el de la guitarra y el pentagrama. Podía haber continuado con el negocio familiar y garantizar su solvencia económica con las bodegas de su familia, pero estaba loco por recorrer el mundo cantando rancheras. “He escogido el camino difícil”, reconocía a Lecturas.
Era un muchacho poseído por los country roads a los que cantaba John Denver y que, o bien comprendía de otra forma la adultez, o bien, directamente, no quería ni oír hablar de ella. “La música es mi vida y pienso cantar mucho y hacerlo lo mejor posible. ¡Estoy dispuesto a trabajar como un loco!”, decía, todavía caliente su primer trabajo, Amor mediterráneo. Así lo hizo. Se embarcó en un loco viaje por los Estados Unidos, pateándose el país en busca de un trabajo que le hiciera sentir vivo: Hollywood vivía una segunda época dorada y él, que se ofrecía de cantante, abría también la puerta a aparecer como figurante en películas. Pasó por bares, pubs y discotecas. Como Cela en la Alcarria, fue donde quiso y, donde no, dio la vuelta.
Un tipo rebelde y sentimental
Eran los primeros años ochenta y Bertín estaba forjándose a fuego y voluntad una fama de latin lover, cuya aura rebelde, extrañamente, compaginaba a la perfección con su porte señorial. Había tenido “ligeros roces” con su familia y, a sabiendas de que a ninguno le gustaba la vida que llevaba, hizo las maletas rumbo Nueva York, Los Ángeles o cualquier ciudad que se topase en el horizonte que debía dibujarse bajo el ala de su sombrero de cowboy.
“En mi vida no todo han sido vino y rosas. Lo he pasado mal, muy mal a veces, a pesar de lo que muchos crean y digan. Esto de la canción te puedo asegurar que no se me ha ocurrido de repente. Llevo muchos años luchando en la música a costa de disgustos con mi familia”, confesaba a la mentada cabecera. Su persona, también su personaje, tenían en común esa nota frágil que los tipos duros reconocen como kriptonita y que acostumbran a jugar cuando el interés así lo merece. Si la vida es un juego de cartas, los cantantes de country siempre tienen un as bajo la manga.
Un año más tarde vio la luz Como un vagabundo. Bertín, atrapado en un traje al que parecía haberle cogido cierto gusto, consolidó su éxito musical: había regresado a España convertido en un icono cultural —incluso sexual— que arrasaba en el público femenino y que solo con abrir la boca desmayaba a la primera fila de sus shows. Algo aprendió de Elvis Presley. Debió pasar por Misisipi o por Nevada.
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