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Clayton Kershaw se unirá al exclusivo club de los pitchers con 3,000 ponches

El zurdo de los Dodgers, sigue dando brillo a su legado en Grandes Ligas que terminará en el Salón de la Fama

Clayton Kershaw se encuentra en su temporada 18 en Grandes Ligas.
Ron Chenoy
Ariel Velázquez
Especialista en periodismo deportivo con vocación en investigación y en artículos de largo aliento.
Estados Unidos Actualizado a

Durante años, Clayton Kershaw fue perseguido por un rumor. No por uno de cluhouse o escándalo, sino por una idea que lo rondaba con persistencia: que era grande… pero no eterno.

La narrativa era constante: sí, tenía una recta imponente, una curva de coleccionista, un Cy Young detrás de otro. Pero faltaba algo. Un October clutch. Un anillo. Algo que lo alzara sobre la tierra. Por un tiempo, incluso, parecía que el tiempo mismo iba a ganarle: lesiones en la espalda, en el hombro, en el pie, en la rodilla, pero nunca el ego. El declive físico se instala con sigilo y la edad avanza como lanzador en cuenta favorable, pero Kershaw ha aprendido a hacerlo con gracia. Entendió el arte de envejecer.

Y sin embargo, junto al padre tiempo, el zurdo de Dodgers ha demostrado lo contrario.

Clayton Kershaw, 37 años, tres operaciones después, recta sin sobresalto, slider sin mordida de antaño, está a tres ponches de alcanzar los 3,000. Y lo hará, si el guion no se desvía, esta noche en el Dodger Stadium frente a Rockies. La misma colina de tierra roja donde debutó hace casi 20 años. Frente a su público. Con la misma franela. Sin alterar su ritmo, sin perseguir récords, sin cambiar de código postal para arañar un último bonus. No por espectáculo. Por permanencia.

La mayoría de los pitchers que llegaron a la icónica cifra de los 3,000 lo hicieron cuando aún lanzaban con furia. Kershaw lo hará, literalmente, con inteligencia. Su recta apenas toca las 90 millas. La curva, alguna vez tan angulosa como una montaña rusa, ahora tiene una caída más razonable. Pero lo que ha perdido en brillo, lo ha ganado en cálculo. Ha reducido el beisbol a lo más esencial: tirar un lanzamiento que el bateador no pueda tocar. El cómo ya no importa. El resultado, sí.

Pocos recuerdan que todo comenzó con un slider improvisado. Fue en mayo de 2009. Brad Ausmus, receptor veterano y hoy coach de banca de Yankees, se enteró de que aquel zurdo de 21 años estaba experimentando con un nuevo pitcheo en sus sesiones de bullpen. No le dio importancia. Cuando lo vio en acción semanas después, en un juego de la Freeway Series, entendió que algo distinto estaba germinando. Ese día, Kershaw lanzó siete entradas sin carrera. Después, en el video, Ausmus se quedó viendo en cámara lenta ese nuevo slider que ahora dominaba como maestría d veterano.

Desde entonces, su carrera ha sido una clase maestra de ajustes: menos violencia, más matemáticas. Su dominio paso del fuego al control. En la era de las armas de destrucción masiva que duran unas cuantas entradas, Kershaw ofreció una alternativa: la del lanzador que no busca intimidar, sino desnudar mentalmente al rival.

Llegar a los 3,000 ponches con una sola franquicia es una rareza estadística que bordea lo poético. Sólo tres zurdos han alcanzado esa cifra. Ninguno lo hizo sin cambiar de ciudad, de color, de sistema. Kershaw ha sido el mismo en todo: misma organización, mismo estadio, mismo amor por lo mínimo. Y lo ha hecho en una era donde lo mínimo rara vez se celebra.

No debería sorprendernos que lo consiga en silencio. Tal vez apenas levante las manos cuando Dodger Stadium se le entregue. Porque si algo ha hecho Kershaw en estos años no es solo tirar ponches: es reescribir lo que significa ser dominante y un pelotero reservado. Enamorado del juego y no de los reflectores ligamayoristas. Envejecer sin ser vencido. Reaparecer sin perderse. Habitar el mismo estadio donde alguna vez fue promesa y ahora es monumento.

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Cuando llegue ese ponche 3,000, sea con curva, rects o slider, con swing o mirando, , el beisbol no ganará otra cifra. Obtendrá algo más: un lanzador que terminará en el Salón de la Fama, añadiendo prestigio a su curriculum con pitcheos que ahora rondan las 88 millas por hora, pero reciben millones de apalusos.

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